jueves, 30 de abril de 2009

¿Quién tiene la culpa de la gripe porcina?

Buen día lectores del Aleph. En el día de hoy, y para poder analizar las diferentes opciones a las que solemos llegar, primero es necesario analizar un poco algo que está en la boca (y esperemos que no en la nariz) de todos, la Gripe Porcina.

No creo que sea necesario explicar que la gripe porcina es un nuevo virus que empezó hace pocos días, que mata personas, que empezó en México donde además tiene la tasa de mortalidad más alta, y que ya hay muchos países con algunos casos confirmados, para eso solo es necesario ver el noticiero, o hacer una breve búsqueda en google. Lo que me empecé a preguntar sobre la gripe porcina fue “¿y como carajo saben que viene de los cerditos?”, ya que yo poco veo noticieros (no me gustan, así de simple), pero en lo poco que había visto no decían nada al respecto, así como de los artículos que leí, y a los que les pregunte no lo sabían (tampoco personas muy versadas en el tema en realidad).

Leyendo un poco del tema, me di cuenta que la mayoría de las enfermedades humanas vienen de los animales, y que son relativamente recientes, básicamente desde que empezamos con esos vicios de dejar el nomadismo y empezamos a criar animales domésticos, y esto lo sabemos por unas simples pruebas moleculares que rastrea la procedencia y características de los diferentes virus. Con eso nos dimos cuenta que el Sarampión viene del Tifus Bovino, la tuberculosis y la viruela del Ganado Vacuno, la malaria de las aves, y en general todas las variedades de gripa viene de las aves y cerdos en términos generales. Incluso, al parecer, la gripa es un tema netamente animal, hasta que llega a los marranos, los cuales tienen una semejanza genética con los humanos (creo que especialmente con los varones, por eso muchos son tan cerdos), y ahí es donde empezamos a padecer.

Pero bueno, si típicamente es un paso de una gripa de pajaritos, y salta a través de los cerdos hasta nosotros, ¿por qué alguna se llamó “gripe aviar”, otra fue “el abrazo del pato” y en este caso es “gripe porcina”?. Bueno, imagino que en general es por la necesidad que tenemos de echarles la culpa a los demás. Pero al parecer esta gripa tiene un componente adicional, que no se había encontrado en ninguna otra. Al parecer esta gripa tiene “segmentos genéticos” (lo que sea que eso signifique) provenientes de aves y humanos típicos de Europa y Asia, y otros elementos de cerdos americanos de diferentes tipo. Al parecer esta mezcla intercontinental de segmentos genéticos es sumamente extraña, y en eso proviene gran parte del riesgo. Pero claro, como se dio en América (ya saben, México es de América, no está de más especificar), entonces los más cercanos a echarle la culpa pos fueron los pobres porcinos, que todos deben estar mirándolos feo en este momento.

Y bueno, tras esta breve contextualización, vamos al punto de hoy. ¿Quién tiene la culpa de este virus?, ¿Quién está conspirando para que nos enfermemos y nos muramos?. Y justo aquí es donde empieza la diversión de nuestro Aleph, encontrando las diferentes posibles respuestas.

Respuesta 01/ Darwin. Ya que en sus teorías de evolución y de supervivencia del más fuerte, siempre contemplo la aparición de estas cosas para “acabar” con los más débiles y dejar solo los más aptos para el planeta. Y claro, como ya llevamos un buen rato sin que algo así ocurra puede que la gente le estuviera dejando de creer, y desde donde sea que esté puede que esté manipulando las cosas para que este virus llegara a existir.

Respuesta 02/ La Sociedad Anónima de Virus. Se dieron cuenta que como virus, la gripa está poco respetada, y al único virus que realmente se le está temiendo es al de la Inmunodeficiencia Humana, por lo que decidieron que se debía hacer algo al respecto. Convocaron una reunión mundial, dejaron en una misma habitación justamente a virus americanos, europeos y asiáticos, les dieron tequila y tras una noche de juerga se gestó lo que ahora conocemos como Gripe Porcina… aunque sus virus padres le querían poner “Pedrito”.

Respuesta 03/ Los Animales. Aunque en realidad es una venganza, tras ver no solamente que nos los comemos indiscriminadamente, sino que además jugamos sádicamente con ellos a través de denigrantes espectáculos como caza de patos, peleas de perros, galleras, tauromaquias, etc. Se llegó a la conclusión que algo tenían que hacer. En ese momento llegó tarde a la reunión una mocosa perdis, que no se había podido levantar más temprano del nido porque esa gripa la estaba “matando”. Ahí se les iluminó el rostro a todos (osea, prendieron la luz, ya estaba anocheciendo), y se consiguieron a un cerdo expiatorio para que se encargara de los detalles.

Respuesta 04/ Los ambientalistas. Usualmente se vuelven radicales, y se ofenden profundamente por la visión antropocéntrica en que vemos nuestras vidas. Así que se llevaron unos cerdos mexicanos (ojo, no confundir con unos mexicanos cerdos) de tour por el viejo continente, y cuando los vieron bien enfermos los devolvieron a su tierra y dejaron que “la naturaleza” siguiera con su plan.

Respuesta 05/ El Grupo Bilderberg. Ya que estos tienen numerosas acciones en las empresas farmacéuticas, en especial de la productora de la vacuna Tamiflu, que ahora se proyecta como la única medida medianamente aceptable. Ya saben, todas estas empresas han elevado el valor de sus acciones en una pendiente vertiginosa. Así que contrataron a los mejores y más malvados científicos, les pidieron una alteración genética de la gripa aviar o alguna del estilo para que si se propagara de persona en persona (el gran problema de la supervivencia de la gripe aviar era justamente que no se contagiaba de esa forma), y que le diera un poquitín de músculo. Luego no sería sino soltarlo en algún lugar no muy lejano ni muy cercano, y empezar a recoger las ganancias de sus empresas.

Respuesta 06/ Dios. Que se lo había dicho a alguien a través de alguna swinglea ardiente, y que esta persona tras tatar de advertir la encerraron en algún manicomio donde murió ahogada en su propio vómito tras una reacción adversa a alguna de las n píldoras que le proporcionaron.

Respuesta 07/ La media. En realidad el virus no existe, no ha habido enfermos ni muertos, pero como la realidad no está formada por lo que realmente sucede, sino por lo que los medios de comunicación nos dice que está sucediendo, entonces ellos crearon este virus en sus cámaras y reportajes para mantenernos en un estado de terror, subir el rating, poderle subir al costo de su publicidad y así ganar aun más dinero.

Respuesta 08/ El Gobierno. A través de la media, exactamente igual que el caso anterior, solo que con fines aun más macabros.

Respuesta 09/ Chuck Norris. Tras incubar deliberadamente cientos de virus en su cuerpo, sin que ninguna se atreviera a presentar síntomas, todos se unieron y lograron hacerle estornudar una sola vez. Tras esto Chuck Norris desplazó los virus de su cuerpo a través de auto darse patadas voladoras (eso es algo que quisiera saber como se hace), y ahora el virus tiene tanto miedo de volver a su huésped original que decidió migrar a México a encontrar una mejor vida para si.

¿Alguien sabe una respuesta diferente?

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jueves, 23 de abril de 2009

SIGNS

Siguiendo la moda que iniciamos la semana pasada (aunque un poco tarde psra lo que quería) les dejo otro corto para su disfrute.



Sobre el video, les puedo decir:

A simple short film about communication.
Created by Publicis Mojo and @RadicalMedia
Director: Patrick Hughes
http://www.patrickhughes.com.au

Realmenten interesante, en realidad muchas veces un corto de estos tiene una superioridad innegable a muchas películas de altísimo presupuesto.

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martes, 21 de abril de 2009

¿Cómo traer una batería (acústica) desde USA?

Como ya se imaginarán, el único músico de este blog es Omaroti, pero eso no significa que los demás no sepamos apreciarla, o que no mantengamos a nuestros vecinos despiertos y enojados.

Lo mio es la percusión, y como tal hasta hace poco tuve una batería eléctrica Yamaha, de la cual nadie se quejaba, pues al tocar con audífonos, el sonido realmente no se siente fuera de la pieza donde la pongas. Pero esos días para mí acabaron, ya era hora de tener mi batería acústica, que permite mas texturas.

Me decidí por comprar entonces una y traerla para mi placer y disfrute. Aquí los pasos que seguí:

  1. Compre una batería. Este paso es muy importante, pues sin batería es muy diferente lo que se puede traer, y para eso habrán otras instrucciones, seguramente aquí o en otros lados.
  2. Asegúrese de los tamaños y pesos aceptados por su aerolínea (o su empresa de viajes por barco o bus), teniendo esto en mente, empiece a doblarla según ella misma lo permite para su transporte o guardado.
  3. La mayoría necesitan una llave especial para el siguiente paso de desarmado, que tanto tenga que desarmar depende del tamaño aceptado por su aerolínea, pero supondré que tiene que llevarlo al mínimo. Por lo cual empiece a quitarle todos los herrajes a los Toms de aire (tambores pequeños, que van encima del bombo), ya que estos irán uno dentro del otro, y no queremos que el herraje dañe la madera.
  4. Cada vez que quite un tornillo de su posición, intente dejarlo atornillado a su tuerca original para que no se pierdan, además de evitar pérdidas, le ayuda a recordar donde van.
  5. Todas las baterías son distintas, es posible que no pueda meter un tom dentro de otro, si es así, le recomiendo que deje de seguir esta guía y mejor la compre en su lugar de residencia, traerla de otra manera significaría tener que pagar caja por cada tambor, y si es así, sale más barato y seguro comprarla en un almacén.
  6. Asegúrese que ninguna parte sufrirá durante el viaje, para eso compre una lámina de plástico con burbujas, haga un esfuerzo de voluntad para no reventarlas, y si tiene niños cerca, explíqueles porque no deben explotarlas. Si no lo logra, eche a los niños del cuarto o casa y compre más. Si el del problema fue usted, le recomiendo que se remita al punto 5, usted no tiene la voluntad suficiente para empacarla.
  7. En muchos lugares puede comprar cajas reforzadas, como en UPS o en tiendas por departamentos. Si ya compró la lámina con burbujas, seguramente ahí también pudo comprar la caja. Ahora, si esta siguiendo cada paso sin leer por completo la guía, haga una tercera (o segunda, o cuarta) visita al mismo almacén, salude con familiaridad y cómprela. Si no le satisface la calidad o cantidad de seguridad que le ofrece la caja, pase al siguiente punto, de lo contrario, sálteselo y continue en el 9.
  8. Si está en este punto, usted es tan paranoíco como yo, y si es así, sepa que tiene que trabajar el doble para que las cosas salgan como ud quiere. En mi caso, le hice una estructura interna de madera a la caja, atornillada entre sí solo por la parte externa (no quería nada que la pudiera rayar), pegué y grape la misma a la caja de madera, de tal manera que la madera del bombo no estuviera en contacto directo con la madera de la caja.
  9. Cierre y selle la caja, pese las cajas, en mi caso dos, uno para la madera y los platillos y otra para los herrajes, si se pasa de peso y/o tamaño en alguna de ellas, evalúe la posibilidad de enviar la caja, no por su aerolínea sino por un courier. La caja de los herrajes pesó 47 libras, un pantalón y un par de camisas se encargaron del resto. Mi caja de las maderas y los platillos pesó 87 lb, mi aerolínea me cobra US$50 dólares por las primeras 25 libras adicionales a las 50 iniciales, y US$100 por las siguientes 25, por lo cual tendría que pagar US$100 y dejar muy poco para mi ropa y otras cosas que debía traer. Por lo cual decidí pagar courier para esa caja y traerme las otras 50 libras en pertenencias personales.
  10. Viaje con sus maletas pesadas por decisión propia, y pase por aduana.
  11. Espere la llegada de su preciado paquete, para eso su courier debe haberle asignado un código de rastreo y dado un página web para hacerlo, reviselo cada 2 horas o cada 2 días, dependiendo de su impaciencia.
  12. Disfrute su batería, despierte a sus vecinos y hágales llamar a la policía, al fin y al cabo usted sufrió mucho para poderla tener en sus manos (y pies)


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¿Cómo se entra a la Bombonera? (parte 2)

Como lo prometido es deuda y como el que persevera alcanza, y como tanto va el cántaro al agua hasta que al fin se rompe (je je, redundancia de dichos, aunque el último está acomodado), les traigo la segunda parte: Lo logré, entré a la Bombonera.

Paso 0: Primer intento
Creo que lo puedo resumir en el artículo que ya vieron, aunque este paso es totalmente omisible.

Paso 1: La fila y la hora de la taquilla
Es indispensable asegurarse con fuentes confiables, como el periódico o la taquilla misma, el horario y la fecha de la venta de las boletas. Esto, claro está, porque no es agradable ir a hacer fila tarde, o más temprano de la cuenta, o un día que no venden las boletas, o cuando ya las han vendido antes:

Te despiertas a las 5:30 de la mañana en un país que está dos horas antes que el tuyo en la organización meridional que Londres ganó. Es decir que son las 3:30 de la mañana en tu país de origen. Con todas las expectativas y la adrenalina, por alguna circunstancia, en un nivel alto sales de hostel en una fría mañana de otoño rumbo a la Bombonera. Te aseguras de tener monedas para la ida, y partes rumbo a la "peligrosa" Boca. Al llegar hay sólo siete personas antes que vos en la fila y hablan cordialmente sobre las historias pasadas. Sobre cómo se quedaron dormidos después de la celebración de un partido en Caminito, tirados en la calle y un gendarme los levantó a patadas por estar boquiabiertos, trasnochados y medio borrachos en un sitio turístico. Un sitio que no debe ser manchado, para que los hermanos sudacas y europeos sigan visitando el barrio. Hace esa fila, sin preguntar nada, para no mostrar que no eres de allí, pero con los oídos bien abiertos, atentos a cualquier información. Cuando ellos beben gaseosa en dos litros tú desayunas el emparedado del día anterior que paseo por todo Buenos Aires. Cuando llega alguien y pregunta por la fila y las boletas tú anotas todas las respuestas. Ante la inequívoca existencia de una única fila, tú sabes que no te has equivocado. Mientras atento registras todo, la gente se levanta de sus puestos, se endereza, busca un árbol retirado para orinar y vuelve, puedes ver como un informado que trae el periódico llega a transmitir su novísimo conocimiento a los demás. "Ayer abrieron a las diez de la mañana, y aquí dice que hoy abren la boletería a las doce del día" - "¿en serio?" - "aquí lo dice papa, si quieres mira". Como una patada en el estómago, te das cuenta que vas a pasar cinco horas de tu tiempo de vacaciones haciendo fila para ver a un equipo con el que simpatizas, pero que no es realmente tu equipo. Allí, decides irte. No sin antes hacer unas cuentas rápidas. Porque igual quieres ver el partido. Debes decidir si vuelves a la fila a las doce del día (cuando ya no hayan veinte personas sino ochenta o cien, o cuando ya no hayan boletas), o si pagas por el tour, que no sólo es 7 veces más caro, sino que también, ya te quedó mal una vez). Lo piensas, caminas, sales de la fila, vas a la taquilla, buscas un anuncio. Y decides marcharte.
Paso 2: El tour
Hay varios tours, que prestan el servicio. Realmente no se el nombre del que me llevó. Es probable que fuera el mismo que me recomendó Er. No lo sé. Sólo sé que la primera vez, todos dijeron no comprometerse, y el único que lo hizo quedó mal. En esa ocasión había problemas porque la barra brava (La doce) había peleado en el torneo local. Ahora era copa. El hostel aseguró que con la gente que trabajan siempre, y que por seriedad, no se habían comprometido la vez pasada, en esta ocasión sí lo hacían. Así que confié:

Puntualmente, te recoge una camioneta, con un conductor con alma de conductor de Papa Gayo, y una rubia muy entusiasta, que habla español, inglés e italiano con increíble fluidez. Una porteña, muy porteña. Subida, y creída como la mayoría de los porteños, pero cálida, amable y risueña. Se hacía querer. Ella, explica en los dos idiomas (inglés y español), y usando bromas en qué consistía el tour: Ir a un lugar, el cual no recuerdo el nombre que ella le daba, a comer Choripan con chimichurri. Un chorizo metido en un pan francés, nada del otro mundo. Pero rico, y mágico, al fin y al cabo. Y el chimichurri, no sabes por qué no preguntas la receta. Después, entrarían temprano al estadio y se acomodarían cerca unos de los otros en popular, pero en frente de La Doce. "Estás loco, si querés estar con ellos. Bueno salvo que les pagués 300 dólares, ahí hasta te cuidan y te miman". Ves el partido, se te pone la carne de gallina (pero no como los de River) y salen todos juntos para el hostel. Un carro con un Guatemalteco, unos españoles, una italiana, una londinense y unos amables gringos completan el tour.

Cuando entras a la Bombonera, todo es mágico. Los cánticos no se hacen esperar. La gente paciente, se anima y anima al equipo. El estadio medio vacío ya retumba. Todo es fiesta, todo es alegría. Hay tiempo para las fotos. Escuchas muchos acentos que balbucean, mientras se aprenden los pegajosos coros y se unen a la masa. También escuchas otros acentos más comunes, los argentinos en su constante argumento-discusión "pelean" por la falta de espacio, por el que llega temprano, por el que llega tarde, porque sí y porque no. En fin los equipos salen a la cancha, y entre silbatinas y alegres sensaciones el partido comienza y justo cinco minutos después La Doce entra. La gente no para de cantar antes de su llegada, pero ahora lo hace con más fuerza, con más organización, con más ánimo. Es un momento mágico. Cuando hace un gol Boca, y más cuando lo hace el rival, porque es entonces cuando el estadio empinado canta más duro y ensordece y ahorca al rival. La noche termina con un tres uno a favor y la euforia colectiva se ahoga en las calles felices y colmadas de hinchas que van a dormir a sus casas o a tomarse una cerveza.
Paso 3: Dormir
Uno puede celebrar, e irse a tomar una cerveza antes de este paso. De hecho es recomendable, para expresar la inmensa alegría de un sueño cumplido, pero si está muy cansado, por la extensa jornada (no incluida en estas instrucciones), dormir placenteramente con la barriga llena de mariposas felices (como si estuviera enamorad) y con la piel todavía erizada, con los cantos todavía en la cabeza, es cercano a lo que se siente parado en frente de una catarata.

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lunes, 20 de abril de 2009

El Arriero (2009)

Después de verme esta película no supe cómo sentirme: regular, mal o peor. Una cosa es que una película muestre una realidad reprochable de una manera irónica o jactanciosa, y otra notablemente distinta es que la muestre de forma cínica y bufonesca. Me he visto películas amorales, moralistas y con doble moral, pero esta tiene como veinte morales, todas corrompidas e inverosímiles. Con razón es que la mayor parte de las películas producidas por RCN me dan desconfianza, porque es una pena ver tanto billete desperdiciado en historietas que, si duran una hora en la pantalla, es más que suficiente.

El argumento, además de darle palo por cuadripléjica vez a los temas del narcotráfico y la inmigración de colombianos a Europa, es tan plano y unidireccional que con razón los actores mantienen en actividad horizontal tanto tiempo; como será que ya en la segunda desnudada de María Cecilia Sánchez, enganche erótico promocional del filme, ya estás deseando que se vista de nuevo (y que de paso, se quede callada, ¡joder!).

Ya que prácticamente toda mi expectativa estaba dada por el hecho de haberse anunciado la primera película comercial colombiana con un afro-colombiano como protagonista, Julián Díaz, las actuaciones estelares son el principal punto desfavorable de esta película; no sé si tal vez sea porque estén acostumbrados a actuar en teatro ocasionalmente o a salir en realities y en comerciales en la tele, pero aquí sí que se descacharon complicando la representación de unos personajes tan poco definidos. Para rematar, la iluminación es exagerada, los primeros planos casi siempre están mal enfocados y los soliloquios del prota son simplemente decepcionantes. Lo único rescatable es la banda sonora, que no deja de ser algo así como las canciones que no alcanzaron a meter en la de Perro Come Perro.

Para no ir más lejos: un despropósito de cabo a rabo. De modo que les recomiendo guardar sus centavos para ir a verse más bien el estreno de Los Viajes del Viento, de Ciro Guerra, director de la aclamada película La Sombra Del Caminante. Esa sí que se ve que será una verdadera obra de cine colombiano.

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domingo, 19 de abril de 2009

Los Paréntesis

Este correo me llegó por allá en el 2003, y lo rescato ahora para este Domigo de cosas curiosas que nos llegan. En esa época estaba terminando la moda en que los "emoticons" no eran las caritas amarillas que conocemos, o los dibujos bien definidos, sino que eran cosas como:

una cara sonriente eran dos puntos con un paréntesis :) o se mejoraba con un guion :-)
una muy sonriente dos puntos con una d mayuscula :D
se guiñaba el ojo con el punto y coma ;)
y dar una rosa era todo un prodigio @-º--

Y así se podría expresar cualquier cantidad de cosas que la mayoría de los adolescentes de ahora ya no entenderían. Para la muestra, les dejo una forma de describirle a tus amigos la chica con que estabas. Desafortunadamente no tengo la fuente, pero igual se los comparto.


Los Paréntesis
He aquí el significado de algunos.

(_!_) Un culo normal...
(__!__) Un culo gordo...
(!) Uno chiquito...
(_._) Un culo mucho tiempo sentado...
{_!_} Un culo arrugado...
(_o_) Un culo con mucho "kilometraje"...
(_O_) Un culo con mucho mas "kilometraje"
(_*_) Un culo roto...
(_x_) Un culo fruncido...
(_X_) Un culo clausurado...
(_$_) Un culo que vale oro...
[_T_] Un culo cuadrado...
(_:_) Un culo raro...
(_@_) Un cyberculo...
(_?_) Un culo misterioso...
(_#_) Un culo lastimado...
(__) Un culo cerrado...
(_%_) Un culo con granitos...

Y no podían faltar... LAS TETAS CIBERNÉTICAS:
(o)(o) teticas perfectas...
( + )( + ) tetas falsas de silicona...
(*)(*) tetas de pezón alto...
(@)(@) tetas de pezón grande...
(^)(^) teticas con frío...
(o)(O) tetas disparejas...
(p)(q) tetas con estrías...
\o/\o/ tetas caídas...
( - )( - ) tetas mordiditas...
(oYo) tetas pequeñas pero seductoras...
( o Y o ) ¡¡¡HUY QUE PAR DE TETAS!!!

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viernes, 17 de abril de 2009

Blues, Pop y Feelin' - John Mayer

Una mezcla de sensaciones. Lo que uno siente al comerse un helado de diferentes sabores, dedicarle minutos a disfrutar cada uno de ellos y deleitarse con la mezcla de todos. Eso es escuchar a John Mayer y su banda. Su música es un respiro de aire fresco para el corazón y el alma, que hace inevitable recordar momentos geniales.

La primera vez, no me sorprendió. Me pareció un cantante mas, más música americana, más de lo mismo. No estaba tan equivocado la verdad, Mayer es otra expresión pop de una de las raíces culturales del Missisipi que más ha sido explorada: el Blues. Sin embargo no es esto lo interesante de este joven de 32 años: es escuchar con detención su Pop-Blues y deleitarse con la maravilla de sonidos. Placer para los oidos, veteado para la imaginación. Lo mejor de esta música es la forma como expresa un millón de sentimientos en un ritmo tan suave, tan delicado. Casi que podria decirse que es como flotar por las nubes. Escalas propias, técnicas de guitarra diferentes, ritmos muy cercanos al jazz y matices muy personales dan impulso al sentir del corazón negro en el sur de los estados unidos. Un feelin' que han heredado los americanos y que diferentes exponentes de todo el mundo practican, profesan, admiran y saborean.

A los 13 años John Mayer escucha un cassette de un tal Stevie Ray Vaughan, un fulano que tocaba la guitarra muy bien, y su corazón queda atravezado a la mitad por una guitarra que hizo de flecha -No era una Flying V, Vaughan tocaba una Stratocaster-. Luego la historia se torna simple: estudia en Berklee College of Music, y viaja a Atlanta a empezar su carrera como intérprete y compositor. Su tendencia al pop es marcada, se nota que ha hecho un esfuerzo por hacer su musica comercial y digerible. Pero lo grande es que el pop no le ha quitado lo bueno, y sus producciones son brillantes muestras de que el hecho comercial no quita que su música sea de muy buena calidad.

Emo Robot me envió por messenger un video de la presentación de John en Abbey Road -el famoso estudio- y eso me alborotó el oído bluesero y la gana de escribir sobre este joven, virtuoso guitarrista y cantante. Lo de virtuoso queda demostrado, cuando después del primer solo de guitarra hay un corte con un crescendo hacia el segundo solo. Simplemente espectacular. No importa el pop. No importa nada. La musica debe ser asi, bolas de helado para deleitar las papilas auditivas. Ahí se oyen.

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The Killers: Day & Age (2008)


Hará unos seis años ya desde que el ámbito de la música comercial vio el regreso de un sub-género que, a mi parecer, ha sabido combinar en sus momentos al rock con el pop: el Indie Rock. Con la premisa de echarle al baúl del recuerdo más bandas pasajeras y álbumes de un solo éxito, resurgió como una epidemia aún latente a través de los medios todo un conglomerado de abanderados por el Indie, en su gran mayoría denominados bajo el pronombre "The (cualquier cosa)", con la pretensión de adquirir rápidamente una identidad que, al final, los deja prácticamente a todos cortados con la misma tijera.

Una de esas excepciones casuales que ha logrado encaramarse y mantenerse apenas en la puntica de la fama ha sido The Killers, quienes han contado no sólo con la suerte del principiante, sino con la creatividad para poner a sonar otra vez y con acierto la fórmula ochentera de turno, así como con el buen sentido de orientación hacia un negocio rentable. Este año se nos aparecen con el álbum Day & Age, que hace un par de días casualmente cayó completo a mi listado de reproducción y se me antojó traerlo a colación.

Con títulos de canciones que, al irse leyendo y escuchando, van de inmediato invocando nombres de bandas legendarias como Roxette, Human League, Hall & Oates o David Bowie; The Killers invierte nuevamente en la amalgama entre sonidos sintéticos y acústicos. Canciones como Human, Spaceman, o The World We Live In, con sus sonidos dulces y sus letras que juegan a parodiar lo existencial, cuestionan aquello que es cotidiano para la percepción del artista. Las otras canciones sencillamente pasan rozando el paladar de quien está bebiendo una cerveza con sus amigos o quien está mascando un chicle por costumbre, mientras trabaja o escribe un artículo para su blog.

Al escuchar la composición electrónica de Human, el single promocional del álbum, se entiende mejor cómo hoy en día las versiones extendidas que solían ser hechas por las propias bandas, están ahora siendo desplazadas por las remezclas hechas por los discjockeys del momento con el propósito de abarcar, además del público de los bares, a aquel que frecuenta los clubes y las discotecas. Por mi parte, estoy seguro de haber escuchado en la radio y en los sitios que visito, la versión dance de Read My Mind más veces que la original.

En conclusión, resulta difícil pedirles que le inviertan minutos y bytes de su vida para prestarle atención a este trabajo si el Indie no es un género que les mueva la aguja lo suficiente (¡mucho más complicado pedirles que compren el álbum!), pero si cualquier amigo corsario lo deja caer por casualidad sobre su escritorio virtual, pues pónganlo a sonar en aleatorio un rato, siquiera para cambiar de ritmo y darse por enterados de lo que está presente en la escena musical.

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jueves, 16 de abril de 2009

Manuscrito hallado en un bolsillo

Buen día lectores del Aleph. Hoy, dado mi ausencia de tiempo (y de ideas) les traigo algo un poco particular. Como muchos lo habrán notado, uno de los personajes que más a inspirado a este blog es el escritor Julio Cortazar. En esta oportunidad les dejo un cuento de él, completo, lo que significa que su extensión es un poco mayor a lo que los he acostumbrado.

Pero la verdad, es uno de esos textos que cuando le leí me cayó como un golpe en el rostro, contundente e interesante, una de las mejores cosas que le he leido a Cortazar. Y por supuesto tiene un final que amerita todo un despliegue en esta columna. Así que ahí quedan las preguntas:

- ¿Como creen que termina?
- ¿Que les parece el juego?
- ¿Han jugado algo de este estilo?
- ¿Jugarian algo así, con algo real en su vida, como en este caso?
- ¿Adan y Eva tenian Ombligo?

Espero que en sus comentarios podamos hacer un despliegue interesante de estos temas. Les dejo el texto:


MANUSCRITO HALLADO EN UN BOLSILLO

Ahora que lo escribo, para otros esto podría haber sido la ruleta o el hipódromo, pero no era dinero lo que buscaba, en algún momento había empezado a sentir, a decidir que un vidrio de ventanilla en el metro podía traerme la respuesta, el encuentro con una felicidad, precisamente aquí donde todo ocurre bajo el signo de la más implacable ruptura, dentro de un tiempo bajo tierra que un trayecto entre estaciones dibuja y limita así, inapelablemente abajo. Digo ruptura para comprender mejor (tendría que comprender tantas cosas desde que empecé a jugar el juego) esa esperanza de una convergencia que tal vez me fuera dada desde el reflejo en un vidrio de ventanilla. Rebasar la ruptura que la gente no parece advertir aunque vaya a saber lo que piensa esa gente agobiada que sube y baja de los vagones del metro, lo que busca además del transporte esa gente que sube antes o después para bajar después o antes, que sólo coincide en una zona de vagón donde todo está decidido por adelantado sin que nadie pueda saber si saldremos juntos, si yo bajaré primero o ese hombre flaco con un rollo de papeles, si la vieja de verde seguirá hasta el final, si esos niños bajarán ahora, está claro que bajarán porque recogen sus cuadernos y sus reglas, se acercan riendo y jugando a la puerta mientras allá en el ángulo hay una muchacha que se instala para durar, para quedarse todavía muchas estaciones en el asiento por fin libre, y esa otra muchacha es imprevisible, Ana era imprevisible, se mantenía muy derecha contra el respaldo en el asiento de la ventanilla, ya estaba ahí cuando subí en la estación Etienne Marcel y un negro abandonó el asiento de enfrente y a nadie pareció interesarle y yo pude resbalar con una vaga excusa entre las rodillas de los dos pasajeros sentados en los asientos exteriores y quedé frente a Ana y casi enseguida, porque había bajado al metro para jugar una vez más el juego, busqué el perfil de Margrit en el reflejo del vidrio de la ventanilla y pensé que era bonita, que me gustaba su pelo negro con una especie de ala breve que le peinaba en diagonal la frente.

No es verdad que el nombre de Margrit o de Ana viniera después o que sea ahora una manera de diferenciarlas en la escritura, cosas así se daban decididas instantáneamente por el juego, quiero decir que de ninguna manera el reflejo en el vidrio de la ventanilla podía llamarse Ana, así como tampoco podía llamarse Margrit la muchacha sentada frente a mí sin mirarme, con los ojos perdidos en el hastío de ese interregno en el que todo el mundo parece consultar una zona de visión que no es la circundante, salvo los niños que miran fijo y de lleno en las cosas hasta el día en que les enseñan a situarse también en los intersticios, a mirar sin ver con esa ignorancia civil de toda apariencia vecina, de todo contacto sensible, cada uno instalado en su burbuja, alineado entre paréntesis, cuidando la vigencia del mínimo aire libre entre rodillas y codos ajenos, refugiándose en France-Soir o en libros de bolsillo aunque casi siempre como Ana, unos ojos situándose en el hueco entre lo verdaderamente mirable, en esa distancia neutra y estúpida que iba de mi cara a la del hombre concentrado en el Figaro. Pero entonces Margrit, si algo podía yo prever era que en algún momento Ana se volvería distraída hacia la ventanilla y entonces Margrit vería mi reflejo, el cruce de miradas en las imágenes de ese vidrio donde la oscuridad del túnel pone su azogue atenuado, su felpa morada y moviente que da a las caras una vida en otros planos, les quita esa horrible máscara de tiza de las luces municipales del vagón y sobre todo, oh sí, no hubieras podido negarlo, Margrit, las hace mirar de verdad esa otra cara del cristal porque durante el tiempo instantáneo de la doble mirada no hay censura, mi reflejo en el vidrio no era el hombre sentado frente a Ana y que Ana no debía mirar de lleno en un vagón de metro, y además la que estaba mirando mi reflejo ya no era Ana sino Margrit en el momento en que Ana había desviado rápidamente los ojos del hombre sentado frente a ella porque no estaba bien que lo mirara, al volverse hacia el cristal de la ventanilla había visto mi reflejo que esperaba ese instante para levemente sonreír sin insolencia ni esperanza cuando la mirada de Margrit cayera como un pájaro en su mirada. Debió durar un segundo, acaso algo más porque sentí que Margrit había advertido esa sonrisa que Ana reprobaba aunque no fuera más que por el gesto de bajar la cara, de examinar vagamente el cierre de su bolso de cuero rojo; y era casi justo seguir sonriendo aunque ya Margrit no me mirara porque de alguna manera el gesto de Ana acusaba mi sonrisa, la seguía sabiendo y ya no era necesario que ella o Margrit me miraran, concentradas aplicadamente en la nimia tarea de comprobar el cierre del bolso rojo.

Como ya con Paula (con Ofelia) y con tantas otras que se habían concentrado en la tarea de verificar un cierre, un botón, el pliegue de una revista, una vez más fue el pozo donde la esperanza se enredaba con el temor en un calambre de arañas a muerte, donde el tiempo empezaba a latir como un segundo corazón en el pulso del juego; desde ese momento cada estación del metro era una trama diferente del futuro porque así lo había decidido el juego; la mirada de Margrit y mi sonrisa, el retroceso instantáneo de Ana a la contemplación del cierre de su bolso eran la apertura de una ceremonia que alguna vez había empezado a celebrar contra todo lo razonable, prefiriendo los peores desencuentros a las cadenas estúpidas de una causalidad cotidiana. Explicarlo no es difícil pero jugarlo tenía mucho de combate a ciegas, de temblorosa suspensión coloidal en la que todo derrotero alzaba un árbol de imprevisible recorrido. Un plano del metro de París define en su esqueleto mondrianesco, en sus ramas rojas, amarillas, azules y negras una vasta pero limitada superficie de subtendidos seudópodos: y ese árbol está vivo veinte horas de cada veinticuatro, una savia atormentada lo recorre con finalidades precisas, la que baja en Chatelet o sube en Vaugirard, la que en Odeón cambia para seguir a La Motte-Picquet, las doscientas, trescientas, vaya a saber cuántas posibilidades de combinación para que cada célula codificada y programada ingrese en un sector del árbol y aflore en otro, salga de las Galeries Lafayette para depositar un paquete de toallas o una lámpara en un tercer piso de la rue Gay-Lussac.

Mi regla del juego era maniáticamente simple, era bella, estúpida y tiránica, si me gustaba una mujer, si me gustaba una mujer sentada frente a mí, si me gustaba una mujer sentada frente a mí junto a la ventanilla, si su reflejo en la ventanilla cruzaba la mirada con mi reflejo en la ventanilla, si mi sonrisa en el reflejo de la ventanilla turbaba o complacía o repelía al reflejo de la mujer en la ventanilla, si Margrit me veía sonreír y entonces Ana bajaba la cabeza y empezaba a examinar aplicadamente el cierre de su bolso rojo, entonces había juego, daba exactamente lo mismo que la sonrisa fuera acatada o respondida o ignorada, el primer tiempo de la ceremonia no iba más allá de eso, una sonrisa registrada por quien la había merecido. Entonces empezaba el combate en el pozo, las arañas en el estómago, la espera con su péndulo de estación en estación. Me acuerdo de cómo me acordé ese día: ahora eran Margrit y Ana, pero una semana atrás habían sido Paula y Ofelia, la chica rubia había bajado en una de las peores estaciones, Montparnasse-Bienvenue que abre su hidra maloliente a las máximas posibilidades de fracaso. Mi combinación era con la línea de la Porte de Vanves y casi enseguida, en el primer pasillo, comprendí que Paula (que Ofelia) tomaría el corredor que llevaba a la combinación con la Mairie d'Issy. Imposible hacer nada, sólo mirarla por última vez en el cruce de los pasillos, verla alejarse, descender una escalera. La regla del juego era ésa, una sonrisa en el cristal de la ventanilla y el derecho de seguir a una mujer y esperar desesperadamente que su combinación coincidiera con la decidida por mí antes de cada viaje; y entonces -siempre, hasta ahora- verla tomar otro pasillo y no poder seguirla, obligado a volver al mundo de arriba y entrar en un café y seguir viviendo hasta que poco a poco, horas o días o semanas, la sed de nuevo reclamando la posibilidad de que todo coincidiera alguna vez, mujer y cristal de ventanilla, sonrisa aceptada o repelida, combinación de trenes y entonces por fin sí, entonces el derecho de acercarme y decir la primera palabra, espesa de estancado tiempo, de inacabable merodeo en el fondo del pozo entre las arañas del calambre. Ahora entrábamos en la estación Saint-Sulpice, alguien a mi lado se enderezaba y se iba, también Ana se quedaba sola frente a mí, había dejado de mirar el bolso y una o dos veces sus ojos me barrieron distraídamente antes de perderse en el anuncio del balneario termal que se repetía en los cuatro ángulos del vagón. Margrit no había vuelto a mirarme en la ventanilla pero eso probaba el contacto, su latido sigiloso; Ana era acaso tímida o simplemente le parecía absurdo aceptar el reflejo de esa cara que volvería a sonreír para Margrit; y además llegar a Saint-Sulpice era importante porque si todavía faltaban ocho estaciones hasta el fin del recorrido en la Porte d'Orléans, sólo tres tenían combinaciones con otras líneas, y sólo si Ana bajaba en una de esas tres me quedaría la posibilidad de coincidir; cuando el tren empezaba a frenar en Saint-Placide miré y miré a Margrit buscándole los ojos que Ana seguía apoyando blandamente en las cosas del vagón como admitiendo que Margrit no me miraría más, que era inútil esperar que volviera a mirar el reflejo que la esperaba para sonreírle.

No bajó en Saint-Placide, lo supe antes de que el tren empezara a frenar, hay ese apresto del viajero, sobre todo de las mujeres que nerviosamente verifican paquetes, se ciñen el abrigo o miran de lado al levantarse, evitando rodillas en ese instante en que la pérdida de velocidad traba y atonta los cuerpos. Ana repasaba vagamente los anuncios de la estación, la cara de Margrit se fue borrando bajo las luces del andén y no pude saber si había vuelto a mirarme; tampoco mi reflejo hubiera sido visible en esa marea de neón y anuncios fotográficos, de cuerpos entrando y saliendo. Si Ana bajaba en Montparnasse-Bienvenue mis posibilidades era mínimas; cómo no acordarme de Paula (de Ofelia) allí donde una cuádruple combinación posible adelgazaba toda previsión; y sin embargo el día de Paula (de Ofelia) había estado absurdamente seguro de que coincidiríamos, hasta último momento había marchado a tres metros de esa mujer lenta y rubia, vestida como con hojas secas, y su bifurcación a la derecha me había envuelto la cara como un latigazo. Por eso ahora Margrit no, por eso el miedo, de nuevo podía ocurrir abominablemente en Montparnasse-Bienvenue; el recuerdo de Paula (de Ofelia), las arañas en el pozo contra la menuda confianza en que Ana (en que Margrit). Pero quién puede contra esa ingenuidad que nos va dejando vivir, casi inmediatamente me dije que tal vez Ana (que tal vez Margrit) no bajaría en Montparnasse-Bienvenue sino en una de las otras estaciones posibles, que acaso no bajaría en las intermedias donde no me estaba dado seguirla; que Ana (que Margrit) no bajaría en Montparnasse-Bienvenue (no bajó), que no bajaría en Vavin, y no bajó, que acaso bajaría en Raspail que era la primera de las dos últimas posibles; y cuando no bajó y supe que sólo quedaba una estación en la que podría seguirla contra las tres finales en que ya todo daba lo mismo, busqué de nuevo los ojos de Margrit en el vidrio de la ventanilla, la llamé desde un silencio y una inmovilidad que hubieran debido llegarle como un reclamo, como un oleaje, le sonreí con la sonrisa que Ana ya no podía ignorar, que Margrit tenía que admitir aunque no mirara mi reflejo azotado por las semiluces del túnel desembocando en Denfert-Rochereau. Tal vez el primer golpe de frenos había hecho temblar el bolso rojo en los muslos de Ana, tal vez sólo el hastío le movía la mano hasta el mechón negro cruzándole la frente; en esos tres, cuatro segundos en que el tren se inmovilizaba en el andén, las arañas clavaron sus uñas en la piel del pozo para una vez más vencerme desde adentro; cuando Ana se enderezó con una sola y limpia flexión de su cuerpo, cuando la vi de espaldas entre dos pasajeros, creo que busqué todavía absurdamente el rostro de Margrit en el vidrio enceguecido de luces y movimientos. Salí como sin saberlo, sombra pasiva de ese cuerpo que bajaba al andén, hasta despertar a lo que iba a venir, a la doble elección final cumpliéndose irrevocable.

Pienso que está claro, Ana (Margrit) tomaría un camino cotidiano o circunstancial, mientras antes de subir a ese tren yo había decidido que si alguien entraba en el juego y bajaba en Denfert-Rochereau, mi combinación sería la línea Nation-Etoile, de la misma manera que si Ana (que si Margrit) hubiera bajado en Châtelet sólo hubiera podido seguirla en caso de que tomara la combinación Vincennes-Neuilly. En el último tiempo de la ceremonia el juego estaba perdido si Ana (si Margrit) tomaba la combinación de la Ligne de Sceaux o salía directamente a la calle; inmediatamente, ya mismo porque en esa estación no había los interminables pasillos de otras veces y las escaleras llevaban rápidamente a destino, a eso que en los medios de transporte también se llamaba destino. La estaba viendo moverse entre la gente, su bolso rojo como un péndulo de juguete, alzando la cabeza en busca de los carteles indicadores, vacilando un instante hasta orientarse hacia la izquierda; pero la izquierda era la salida que llevaba a la calle.

No sé cómo decirlo, las arañas mordían demasiado, no fui deshonesto en el primer minuto, simplemente la seguí para después quizá aceptar, dejarla irse por cualquiera de sus rumbos allá arriba; a mitad de la escalera comprendí que no, que acaso la única manera de matarlas era negar por una vez la ley, el código. El calambre que me había crispado en ese segundo en que Ana (en que Margrit) empezaba a subir la escalera vedada, cedía de golpe a una lasitud soñolienta, a un gólem de lentos peldaños; me negué a pensar, bastaba saber que la seguía viendo, que el bolso rojo subía hacia la calle, que a cada paso el pelo negro le temblaba en los hombros. Ya era de noche y el aire estaba helado, con algunos copos de nieve entre ráfagas y llovizna; sé que Ana (que Margrit) no tuvo miedo cuando me puse a su lado y le dije: "No puede ser que nos separemos así, antes de habernos encontrado".

En el café, más tarde, ya solamente Ana mientras el reflejo de Margrit cedía a una realidad de cinzano y de palabras, me dijo que no comprendía nada, que se llamaba Marie-Claude, que mi sonrisa en el reflejo le había hecho daño, que por un momento había pensado en levantarse y cambiar de asiento, que no me había visto seguirla y que en la calle no había tenido miedo, contradictoriamente, mirándome en los ojos, bebiendo su cinzano, sonriendo sin avergonzarse de sonreír, de haber aceptado casi enseguida mi acoso en plena calle. En ese momento de una felicidad como de oleaje boca arriba de abandono a un deslizarse lleno de álamos, no podía decirle lo que ella hubiera entendido como locura o manía y que lo era pero de otro modo, desde otras orillas de la vida; le hablé de su mechón de pelo, de su bolso rojo, de su manera de mirar el anuncio de las termas, de que no le había sonreído por donjuanismo ni aburrimiento sino para darle una flor que no tenía, el signo de que me gustaba, de que me hacía bien, de que viajar frente a ella, de que otro cigarrillo y otro cinzano. En ningún momento fuimos enfáticos, hablamos como desde un ya conocido y aceptado, mirándonos sin lastimarnos, yo creo que Marie-Claude me dejaba venir y estar en su presente como quizá Margrit hubiera respondido a mi sonrisa en el vidrio de no mediar tanto molde previo, tanto no tienes que contestar si te hablan en la calle o te ofrecen caramelos y quieren llevarte al cine, hasta que Marie-Claude, ya liberada de mi sonrisa a Margrit, Marie-Claude en la calle y el café había pensado que era una buena sonrisa, que el desconocido de ahí abajo no le había sonreído a Margrit para tantear otro terreno, y mi absurda manera de abordarla había sido la sola comprensible, la sola razón para decir que sí, que podíamos beber una copa y charlar en un café.

No me acuerdo de lo que pude contarle de mí, tal vez todo salvo el juego pero entonces tan poco, en algún momento nos reímos, alguien hizo la primera broma, descubrimos que nos gustaban los mismos cigarrillos y Catherine Deneuve, me dejó acompañarla hasta el portal de su casa, me tendió la mano con llaneza y consintió en el mismo café a la misma hora del martes. Tomé un taxi para volver a mi barrio, por primera vez en mí mismo como en un increíble país extranjero, repitiéndome que sí, que Marie-Claude, que Denfert-Rochereau, apretando los párpados para guardar mejor su pelo negro, esa manera de ladear la cabeza antes de hablar, de sonreír. Fuimos puntuales y nos contamos películas, trabajo, verificamos diferencias ideológicas parciales, ella seguía aceptándome como si maravillosamente le bastara ese presente sin razones, sin interrogación; ni siquiera parecía darse cuenta de que cualquier imbécil la hubiese creído fácil o tonta; acatando incluso que yo no buscara compartir la misma banqueta en el café, que en el tramo de la rue Froidevaux no le pasara el brazo por el hombro en el primer gesto de una intimidad, que sabiéndola casi sola -una hermana menor, muchas veces ausente del departamento en el cuarto piso- no le pidiera subir. Si algo no podía sospechar eran las arañas, nos habíamos encontrado tres o cuatro veces sin que mordieran, inmóviles en el pozo y esperando hasta el día en que lo supe como si no lo hubiera estado sabiendo todo el tiempo, pero los martes, llegar al café, imaginar que Marie-Claude ya estaría allí o verla entrar con sus pasos ágiles, su morena recurrencia que había luchado inocentemente contra las arañas otra vez despiertas, contra la transgresión del juego que sólo ella había podido defender sin más que darme una breve, tibia mano, sin más que ese mechón de pelo que se paseaba por su frente. En algún momento debió darse cuenta, se quedó mirándome callada, esperando; imposible ya que no me delatara el esfuerzo para hacer durar la tregua, para no admitir que volvían poco a poco a pesar de Marie-Claude, contra Marie-Claude que no podía comprender, que se quedaba mirándome callada, esperando; beber y fumar y hablarle, defendiendo hasta lo último el dulce interregno sin arañas, saber de su vida sencilla y a horario y hermana estudiante y alergias, desear tanto ese mechón negro que le peinaba la frente, desearla como un término, como de veras la última estación del último metro de la vida, y entonces el pozo, la distancia de mi silla a esa banqueta en la que nos hubiéramos besado, en la que mi boca hubiera bebido el primer perfume de Marie-Claude antes de llevármela abrazada hasta su casa, subir esa escalera, desnudarnos por fin de tanta ropa y tanta espera.

Entonces se lo dije, me acuerdo del paredón del cementerio y de que Marie-Claude se apoyó en él y me dejó hablar con la cara perdida en el musgo caliente de su abrigo, vaya a saber si mi voz le llegó con todas sus palabras, si fue posible que comprendiera; se lo dije todo, cada detalle del juego, las improbabilidades confirmadas desde tantas Paulas (desde tantas Ofelias) perdidas al término de un corredor, las arañas en cada final. Lloraba, la sentía temblar contra mí aunque siguiera abrigándome, sosteniéndome con todo su cuerpo apoyado en la pared de los muertos; no me preguntó nada, no quiso saber por qué ni desde cuándo, no se le ocurrió luchar contra una máquina montada por toda una vida a contrapelo de sí misma, de la ciudad y sus consignas, tan sólo ese llanto ahí como un animalito lastimado, resistiendo sin fuerza al triunfo del juego, a la danza exasperada de las arañas en el pozo.

En el portal de su casa le dije que no todo estaba perdido, que de los dos dependía intentar un encuentro legítimo; ahora ella conocía las reglas del juego, quizá nos fueran favorables puesto que no haríamos otra cosa que buscarnos. Me dijo que podría pedir quince días de licencia, viajar llevando un libro para que el tiempo fuera menos húmedo y hostil en el mundo de abajo, pasar de una combinación a otra, esperarme leyendo, mirando los anuncios. No quisimos pensar en la improbabilidad, en que acaso nos encontraríamos en un tren pero que no bastaba, que esta vez no se podría faltar a lo preestablecido; le pedí que no pensara, que dejara correr el metro, que no llorara nunca en esas dos semanas mientras yo la buscaba; sin palabras quedó entendido que si el plazo se cerraba sin volver a vernos o sólo viéndonos hasta que dos pasillos diferentes nos apartaran, ya no tendría sentido retornar al café, al portal de su casa. Al pie de esa escalera de barrio que una luz naranja tendía dulcemente hacia lo alto, hacia la imagen de Marie-Claude en su departamento, entre sus muebles, desnuda y dormida, la besé en el pelo, le acaricié las manos; ella no buscó mi boca, se fue apartando y la vi de espaldas, subiendo otra de las tantas escaleras que se las llevaban sin que pudiera seguirlas; volví a pie a mi casa, sin arañas, vacío y lavado para la nueva espera; ahora no podían hacerme nada, el juego iba a recomenzar como tantas otras veces pero con solamente Marie-Claude, el lunes bajando a la estación Couronnes por la mañana, saliendo en Max Dormoy en plena noche, el martes entrando en Crimée, el miércoles en Philippe Auguste, la precisa regla del juego, quince estaciones en las que cuatro tenían combinaciones, y entonces en la primera de las cuatro sabiendo que me tocaría seguir a la línea Sèvres-Montreuil como en la segunda tendría que tomar la combinación Clichy-Porte Dauphine, cada itinerario elegido sin razón especial porque no podía haber ninguna razón, Marie-Claude habría subido quizá cerca de su casa, en Denfert-Rochereau o en Corvisart, estaría cambiando en Pasteur para seguir hacia Falguière, el árbol mondrianesco con todas sus ramas secas, el azar de las tentaciones rojas, azules, blancas, punteadas; el jueves, el viernes, el sábado. Desde cualquier andén ver entrar los trenes, los siete u ocho vagones, consintiéndome mirar mientras pasaban cada vez más lentos, correrme hasta el final y subir a un vagón sin Marie-Claude, bajar en la estación siguiente y esperar otro tren, seguir hasta la primera estación para buscar otra línea, ver llegar los vagones sin Marie-Claude, dejar pasar un tren o dos, subir en el tercero, seguir hasta la terminal, regresar a una estación desde donde podía pasar a otra línea, decidir que sólo tomaría el cuarto tren, abandonar la búsqueda y subir a comer, regresar casi enseguida con un cigarrillo amargo y sentarme en un banco hasta el segundo, hasta el quinto tren. El lunes, el martes, el miércoles, el jueves, sin arañas porque todavía esperaba, porque todavía espero en este banco de la estación Chemin Vert, con esta libreta en la que una mano escribe para inventarse un tiempo que no sea solamente esa interminable ráfaga que me lanza hacia el sábado en que acaso todo habrá concluido, en que volveré solo y las sentiré despertarse y morder, sus pinzas rabiosas exigiéndome el nuevo juego, otras Marie-Claudes, otras Paulas, la reiteración después de cada fracaso, el recomienzo canceroso. Pero es jueves, es la estación Chemin Vert, afuera cae la noche, todavía cabe imaginar cualquier cosa, incluso puede no parecer demasiado increíble que en el segundo tren, que en el cuarto vagón, que Marie-Claude en un asiento contra la ventanilla, que haya visto y se enderece con un grito que nadie salvo yo puede escuchar así en plena cara, en plena carrera para saltar al vagón repleto, empujando a pasajeros indignados, murmurando excusas que nadie espera ni acepta, quedándome de pie contra el doble asiento ocupado por piernas y paraguas y paquetes, por Marie-Claude con su abrigo gris contra la ventanilla, el mechón negro que el brusco arranque del tren agita apenas como sus manos tiemblan sobre los muslos en una llamada que no tiene nombre, que es solamente eso que ahora va a suceder. No hay necesidad de hablarse, nada se podría decir sobre ese muro impasible y desconfiado de caras y paraguas entre Marie-Claude y yo; quedan tres estaciones que combinan con otras líneas, Marie-Claude deberá elegir una de ellas, recorrer el andén, seguir uno de los pasillos o buscar la escalera de salida, ajena a mi elección que esta vez no transgrediré. El tren entra en la estación Bastille y Marie-Claude sigue ahí, la gente baja y sube, alguien deja libre el asiento a su lado pero no me acerco, no puedo sentarme ahí, no puedo temblar junto a ella como ella estará temblando. Ahora vienen Ledru-Rollin y Froidherbe-Chaligny, en esas estaciones sin combinación Marie-Claude sabe que no puedo seguirla y no se mueve, el juego tiene que jugarse en Reuilly-Diderot o en Daumesnil; mientras el tren entra en Reuilly-Diderot aparto los ojos, no quiero que sepa, no quiero que pueda comprender que no es allí. Cuando el tren arranca veo que no se ha movido, que nos queda una última esperanza, en Daumesnil hay tan sólo una combinación y la salida a la calle, rojo o negro, sí o no. Entonces nos miramos, Marie-Claude ha alzado la cara para mirarme de lleno, aferrado al barrote del asiento soy eso que ella mira, algo tan pálido como lo que estoy mirando, la cara sin sangre de Marie-Claude que aprieta el bolso rojo, que va a hacer el primer gesto para levantarse mientras el tren entra en la estación Daumesnil.

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miércoles, 15 de abril de 2009

10 Minutos

Bueno, los que me conocen o han ido siguiendo este blog, se habrán dado cuenta que la producción audiovisual es algo que nos llama bastante la atención. Pero no crean que solo vemos mal cine o buen cine comercial, en realidad exploramos de todo un poco, y apreciamos muchas formas de ese arte.

Y para la muestra, les dejamos un cortometraje que realizó Alberto Ruiz Rojo, ganador del Goya al mejor corto en el año 2005. El corto se llama 10 minutos, espero lo disfruten.

10 MINUTOS

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martes, 14 de abril de 2009

Instrucciones para viajar a Salento

Esta semana que acaba de pasar fue la ocasión para que algunos de nosotros, días más, días menos, pudiésemos disfrutar de unas merecidas vacaciones; en mi caso, algo inmerecidas por haber entrado a trabajar hace apenas mes y medio, pero qué le vamos a hacer: son cuestiones de la colectividad.

Esta vez, después de un exhaustivo proceso de selección de dos tintos de duración, el destino ganador fue Salento, un pueblo del departamento de Quindío, ubicado a poco menos de una hora de su capital, Armenia, reconocido por su naturaleza turística para quienes disfrutan del clima templado, las artesanías, la arquitectura colorida del Viejo Caldas, las zonas para acampar y las caminatas ecológicas. A continuación, algunos detalles para tener en cuenta para quienes decidan aventurarse a pasarla bueno por allá:

¿Dónde?

Si va a viajar a Salento y no tiene conocidos que le den posada, tiene las dos opciones convencionales: reservar una zona para acampar, la cual está ubicada en el Valle Del Cocora, a media hora de Salento; o alquilar, ya sea una cabaña completa o una habitación para dos o más personas, ya sea en el Parque o en Salento propiamente. En mi caso, se optó por alquilar una habitación, ya que sólo viajamos mi falena nocturna y yo, previa reservación telefónica tres días antes, consignando la mitad del valor total de las noches de estadía. Válgase la cuña, agradeciendo las atenciones que tuvieron con nosotros, les recomiendo el amañador hostal donde nos quedamos: Calle Real, atendidos por doña Ana Cristina, cuya hospitalidad nos dejó con muchas ganas de regresar.

¿Cuánto tiempo?

Salento es un destino que se escoge según varios criterios; uno de ellos, el tiempo del que se disponga para vacacionar. En mi caso, tenía los 3 ó 4 últimos días de la Semana Mayor (jueves a domingo). Ya sea que vaya en un auto particular o en un colectivo, la duración total del viaje desde Cali es de aproximadamente 4 horas, de manera que es preferible madrugar y arrancar tipo 6 a.m. para poder hacer el check-in temprano y aprovechar el resto del día, sin necesidad de haber pagado por una noche anterior.

Para regresar, se recomienda viajar la tarde o noche anterior al día límite de retorno, para evitar las congestiones vehiculares o los contratiempos. Desde luego, este es un consejo que se da cuando se va a viajar a cualquier destino, pero nunca está de sobra recordarlo.

¿Y qué tanto hace uno en Salento?

• Pasear por el pueblo: caminar por las mismas calles fijándose en distintos detalles, respirar aire puro, visitar la plaza principal (y única) y su iglesia, subir al mirador, ir a una de las procesiones y quedar oliendo a incienso, tomar muchas fotos y darse muchos besos en cada esquina a ver cuántos mini-puntos se pueden llegar a acumular. Las horas pasan despacio y cada célula del cuerpo te agradece por cada minuto de descanso y tranquilidad que le das. Claro, hasta que llega el espíritu de la noche y reclama las almas festivas y enamoradas.

• Comer trucha como loco: esta variedad de pez (aunque más bien es el mismo pez en distintas variedades) parece ser que es la base de la alimentación de quienes habitan este pueblo y, en consecuencia, de quienes lo visitan. Por supuesto, hay más opciones alimenticias, aunque inevitablemente terminarás comiendo trucha al menos un par de veces. Hay varios restaurantes en la plaza y en la calle principal, donde puedes encontrar otros platos (carnes, pastas, tapas, patacones, postres), un par de puestos de frutas para los más degenerados y, para no olvidar, el poderosísimo desayuno con 'calentao' de fríjoles para medírsele a la intensa jornada de descanso.

• Beber en buena compañía: este pueblo bien podría llamarse Salentown, porque es notable la cantidad de angloparlantes que lo visitan; no sé si es por esto o por el hecho de no poner música tropical por respeto a los días religiosos, que hasta en la cantina más autóctona del pueblo puede uno jugar billar y tomar cerveza al compás de la música andina, Carlos Gardel, Louis Amstrong o The Rolling Stones. Un sitio de visita obligatoria es el restaurante-bar Pasaje Real, con precios relativamente altos, pero de un ambiente agradable de contraste urbano-rural, que hace que valga la pena la inversión.

Bajar al Valle Del Cocora: estando tan cerca, las caminatas ecológicas son una excelente elección para ir a chupar frío en su estado más primigenio: cruzar ríos y neblinas. Se puede hacer el recorrido a pie o a caballo, cuya trayectoria es de unos 9 km aproximadamente hasta la Estrella De Agua. Eso sí, a pesar de haber un sendero delimitado, la altura y la inclinación hacen que sea una caminata de varias horas, así que es recomendable hacerla con relativo buen clima y desde temprano, ya que si no están acampando en el Parque o tienen carro, los jeeps que regresan al pueblo, sólo lo hacen hasta las 6 p.m. Obviamente, hay que ir bien abrigados, alimentados, hidratados y con la voluntad bien lustradita.

Antojarse y comprar chucherías: como ya mencioné, las artesanías son uno de los pilares económicos de Salento, ya sea para el hogar o para uso personal. Si usted es de los que suele acordarse de la mamá o de la suegra mientras la está pasando bien, pues este es el momento de comprarles algo bueno, bonito y a buen precio, incluso negociable.

¿Y con cuánto billete me defiendo?

Bueno, mi presupuesto individual para los 2 ½ días, levemente inflado, fue más o menos el siguiente:

$70K (estadía) + $10K (taxis) + $50K (buses y jeeps) + $70K (alimentación necesaria) + $30K (alimentación deliciosa e innecesaria) + $ 50K (licor) + $30K (chucherías) + 5% para imprevistos = $325,5K pesos colombianos.

Finalmente, aunque debo decir que la pasé de lujo, es posible que haya mejores épocas menos lluviosas y sacrosantas para ir; la verdad quedé antojado de volver en un parche más bien guerrero y de acampar. Así que ahí les dejo los datos y ojalá agenden este destino para una de sus próximas vacaciones breves.

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lunes, 13 de abril de 2009

Regreso de vacaciones

Como los lectores asiduos de este blog se habrán dado cuenta, kxî y yo estábamos ausentes, en polos opuestos de nuestra gran América, disfrutando de merecidas vacaciones.

Él, en Argentina, disfrutando de partidos del Boca y perdiéndose con los micros de Bs.As., conociendo la ciudad de arriba a abajo, muy bien acompañado.

Yo, por mi parte, yendo de visita a museos en la Gran Manzana, andando en metro, pasando por barrios hispanos, donde si hablas inglés estás perdido, pasando la primavera más fría en mucho tiempo.
Por cierto, por cuestiones geográficas, kxî estaba en otoño, y él, aficionado a la fotografía, seguramente subirá (o subió) fotografías acordes.

Bueno, y para qué toda esta carreta, porque por ese mismo motivo no he escrito mi habitual columna de los lunes ni de los miércoles, a pesar de que sí vi cine allá, "Race To Witch Mountain", estaba tan entusiasmado por ir en tan genial compañía.

En general, es una 'actuación' de Dwayne Johnson, más conocido como La Roca, considerado ahora una de las estrellas de Disney, y aunque eso no dice nada bueno ni nada malo (tanto a La Roca como a Disney se le han ido las luces cada tanto, pero también han sacado cosas muy buenas), esta vez, creo que la embarraron.

En general, es algo que yo no recomendaría ver en la pantalla gigante, ni tampoco alquilarla. En algún momento saldrá en Disney Channel.

P.D. Ya ven, terminé haciendo la tarea de hoy... que aunque corta y llena de otra info, igual vale.

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domingo, 12 de abril de 2009

Los cuentos infantiles ¿han sido realmente pensados para niños?

Este correo me llegó a través del grupo de Amigos del Perol, el listado de todos los que se consideran amigos de la Corporación Cultural El Pero. Me pareció muy interesante, hay mucho que pensar. Pero la verdad, si quieren saber realmente el por qué de muchos de esos cuentos, deben escuchar el cuento "Los Cuentos Claros y el Chocolate Espeso", aun no está programado, pero si me animo a programarlo ustedes serán los primeros en enterarse.

Los cuentos infantiles ¿han sido realmente pensados para niños?

El término literatura infantil engloba diversos géneros literarios, como: la ficción, la poesía, la historia, así también como fábulas, adivinanzas, leyendas, poemas y cuentos basados en la tradición oral.

En la edad media eran pocos los adultos y los niños que tenían acceso a los libros y a la lectura. La cultura se hallaba recluida en palacios y monasterios y los pocos libros a los que se tenía acceso estaban destinados a inculcar buenas costumbres y creencias religiosas. Es de suponer que en esa época los niños oirían con gusto cuentos y poesías que no estaban, en principio, pensadas para ellos.

Pero, aunque tienen una forma y una estructura muy bien definida, los cuentos infantiles pueden tener un significado diferente para diferentes culturas y tiempos. Esto se puede apreciar explorando las diferentes versiones existentes de las historias más populares.

Por ejemplo, del cuento Caperucita Roja se conocen por lo menos cuatro versiones:

Una de ellas es la de Charles Perrault, en la que Caperucita termina siendo devorada por el lobo y que presenta al final de la historia la siguiente moraleja:

Las niñas, especialmente las bonitas, no deben nunca hablar con extraños, de hacerlo podrían convertirse en comida para el lobo. Existen personas que son encantadoras, amables, tranquilas, educadas, complacientes y dulces, que persiguen a las jovencitas en las calles y hasta en sus casas. Desafortunadamente, son estos gentiles lobos los más peligrosos de todos.

Por otro lado, en la versión de los hermanos Grimm, Caperucita y su abuelita son rescatadas de la barriga del lobo por un leñador, quien, mientras la fiera duerme después de la suculenta comida, le abre la barriga con una tijeras para rescatar a las damas, para luego llenársela con piedras (es curioso el dato de que el lobo no llegue nunca a despertarse). En esta versión todos terminan siendo felices para siempre y el lobo se convierte en una linda alfombra. Noten el hecho curioso de que las damas no alcancen jamás a defenderse por sí solas.

Una versión con marcado tinte de canibalismo, fue la que circuló por Austria e Italia, en la que Caperucita come la carne y bebe la sangre de su abuela asesinada por el lobo y en la que ella termina también por ser devorada.

He aquí un pequeño fragmento de ese relato, (Caperucita ya se encuentra en compañía del lobo disfrazado de abuelita):

-Abuelita, tengo sed, ¿me das algo de tomar?
El lobo, disfrazado de abuelita, le responde:
-Revisa esa taza, debe haber algo de vino.
-Abuelita, este vino está muy rojo.
-Calla y bébelo, es la sangre de tu abuela.
-¿Cómo dices?
-Sólo bébelo y calla.
Luego caperucita dice:
-Abuelita, tengo sueño.
A lo que la fiera responde:
-Quítate las ropas y ven a acostarte aquí conmigo.

Existe una versión francesa llamada La falsa abuelita en la cual Caperucita se salva gracias a su propia astucia. En ésta, una vez que la niña está en la cama con el lobo se da cuenta de que no es su abuela la que descansa a su lado, lo cual le causa un gran susto. Sin saber muy bien que hacer le dice:

-Abuelita, necesito ir al baño.
El lobo, relamiéndose, le dice:
-No te preocupes, niña, puedes hacer pipí aquí en la cama.

Caperucita insiste y aprovecha la oportunidad para escapar.

Cabe destacar que el verdadero peligro comienza cuando Caperucita se mete en la cama con el lobo. Este cuento estaba destinado a las jovencitas que comenzaban a convertirse en mujeres. Pero en las versiones más antiguas (como la francesa) Caperucita no es castigada por esto, sino que engañando al lobo logra escapar de él, es decir, sobrevive utilizando su propia astucia

Algo diferente ocurre con la versión de Grimm y Perrault, en las que el claro mensaje es que las niñas deben ser buenas, no deben apartarse del camino, deben tener cuidado de los hombres, y sobre todo reprimir cualquier interés por el sexo.

Pero revisemos el caso de otro relato. El de Blancanieves es bastante interesante.

En la versión original, la malvada madrastra de Blancanieves es obligada a bailar, durante la boda de su hijastra con el príncipe encantado, con unas sandalias muy particulares, en lo que sería una especie de macabro regalo de bodas para la princesa.

Es así cómo culmina la versión original de este cuento:

Después de ponerse sus mejores galas, la reina se situó delante del espejo y preguntó:

Espejo, mi fiel espejo,
que cuelgas en la pared,
la más hermosa del reino,
¿puedes decirme quién es?
Y el espejo le contestó:
Eres, mi señora, hermosa en verdad
pero en el palacio del país vecino
la joven esposa lo es mil veces más.

La malvada reina soltó una maldición, y sintió tanto desasosiego, tanto, que no sabía que hacer. Al principio, pensó que no quería ir a la boda, pero no pudo resistir la curiosidad: tenía que asistir y ver a la joven reina.
Y cuando llegó al palacio, reconoció a Blancanieves, y fueron tan grandes su terror y desconcierto que quedó petrificada, incapaz de hacer un solo movimiento. Pero habían metido ya en el fuego unos zapatos de hierro y los trajeron con unas tenazas y se los pusieron. Y la reina tuvo que andar y bailar con los zapatos al rojo vivo, hasta que cayó muerta.

Otro caso de interés es el de La Cenicienta del cual se conocen por lo menos 340 versiones, la más antigua proviene de China y data del año 850. La versión de los hermanos Grimm incluye escenas en las que las hermanastras de Cenicienta cortan pedazos de sus pies para poder calzarse la zapatilla de cristal.

En todo caso La cenicienta ofrece uno de los peores ejemplos de las más bajas pasiones que pueden anidar en el espíritu humano, y que además debieran evitársele a los niños, como lo son: la envidia, los celos, la animadversión hacia madrastras y hermanastros, la vanidad y el apego a la vestimenta y otros objetos materiales.

Otro de los grandes protagonistas de la literatura infantil es el Pinocho de Carlo Collodi, un muñeco de madera que se transforma en un ser de carne y hueso, como símbolo de la evolución hacia la toma de conciencia por parte del niño.

Pero, ¿es Pinocho realmente un cuento para niños?

Leamos un fragmento de la versión original, aparecida en 1881. (Capítulo 15: Pinocho está siendo perseguido por unos asesinos, cuando, de pronto, ve entre los árboles una casita "blanca como la nieve"):

Después de una desesperada carrera de casi dos horas, llegó jadeante a la puerta de la casita y llamó.
No contestó nadie.
Volvió a llamar con violencia, pues oía acercarse el rumor de los pasos y la afanosa respiración de sus perseguidores.
El mismo silencio.
Advirtiendo que el llamar no servía de nada, empezó, en su desesperación, a dar patadas y cabezadas a la puerta. Entonces se asomó a la ventana una hermosa joven de cabellos azules y rostro blanco como una figura de cera, con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, la cual, sin mover los labios, dijo con una vocecita que parecía llegar del otro mundo:
-En esta casa no hay nadie. Están todos muertos.
-¡Ábreme tú, por lo menos! -gritó Pinocho, llorando y suplicando.
-Yo también estoy muerta.
-¿Muerta? Y entonces, ¿qué haces en la ventana?
-Espero el ataúd que vendrá a llevarme

Pero adentrémonos un poco más en el oscuro mundo de los cuentos infantiles:

Se sabe que la versión de los hermanos Grimm de La bella durmiente, en la que la princesa es despertada por el casto beso del príncipe que la rescata, es una alteración que elimina los elementos de canibalismo, violación y adulterio del relato original.

Éste apareció por el año 1528, y en él, el príncipe, que no logra, por más que grita, despertar a la princesa durmiente cuyo nombre es Talia, procede a abusar sexualmente de ella para luego regresar a casa con su esposa. La princesa da a luz gemelos y es el hecho de que éstos mamen de sus pechos lo que la hace despertar. Cuando el príncipe pasa de nuevo por el lugar y ve que Talia ha despertado y tiene dos hijos suyos se los lleva a todos a palacio. La esposa, que no tiene hijos propios, trata de matar a los niños diciéndole al cocinero del reino que los prepare para la cena. Pero el príncipe se da cuenta a tiempo del macabro plan y arroja la mujer al fuego. Por último se casa con Talia y viven felices... por siempre jamás.

Algo más terrible ocurre con el cuento Piel de asno en el que la heroína, luego de la muerte de su madre, huye de su casa para escapar del acoso sexual de su propio padre, lo que es sin duda la causa de que este cuento sea poco conocido hoy en día. Esto no es de extrañar, ya que en los últimos doscientos años no se ha hecho otra cosa que suprimir relatos o cambiarles el texto original, perdiendo las historias parte de su energía y emoción, terminando por convertirse en versiones descafeínadas.

Este es el comienzo del cuento Piel de asno:

Érase una vez un rey que tenía una esposa con el cabello de oro, y era tan hermosa que no había otra igual en toda la tierra. Sucedió que se puso enferma y, cuando se dio cuenta de que iba a morir, llamó al rey le dijo:
-Si después de mi muerte quieres volver a casarte, no elijas como esposa a ninguna mujer que no sea tan hermosa como yo y que no tenga unos cabellos de oro como los míos. Tienes que prometérmelo.
Y, en cuanto se lo hubo prometido, la reina cerró los ojos y murió.

El rey intenta casarse de nuevo, y envió mensajeros por todas partes a buscar una mujer que fuera tan hermosa como la reina muerta, pero la búsqueda no tienen éxito y el relato continua así:

Pero el rey tenía una hija, que era tan hermosa como su madre muerta y tenía además idénticos cabellos de oro. Cuando se hizo mayor, el rey la miró un día y vio que era el vivo retrato de su madre muerta, y sintió de repente un apasionado amor por ella. Y dijo el rey a sus consejeros:
-Quiero casarme con mi hija, porque es el exacto retrato de mi esposa muerta, y no encontraré en ningún lugar una novia como ella.

Los consejeros se lo prohíben, pero el rey insiste. La joven huye y se cubre con una piel de asno para hacerse irreconocible. Pero ni aún así logra salvarse de su destino. El cuento termina con la siguiente línea:

Y a continuación se celebró la boda y vivieron felices hasta su muerte.

No quiero terminar este artículo sin recomendarles la lectura, a los interesados en el tema, de un libro poco conocido de los hermanos Grimm, que lleva por título: "El Enebro y otros cuentos", ilustrado por Maurice Sendak. Un libro de cuentos infantiles no recomendado para personas de corazón débil y que, por supuesto, no debe caer en manos de los niños.

Rigoberto Rodríguez


BIBLIOGRAFÍA.

From the Beast to the Blonde, on fairy tales and their tellers, Marina Warner, The Noonday Press, 1994.
The complete fairy tales of the Brothers Grimm, Bantam Books, 1992.
The trials and tribulations of Little Red Riding Hood, Edited by Jack Zipes, 1993.
Literatura Fantástica, Varios autores, Ediciones Siruela, 1985.
El enebro y otros cuentos, Selección de Lore Segal y Maurice Sendak, Dibujos de Maurice Sendak, Editorial Lumen, 1989.

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sábado, 11 de abril de 2009

Lecciones aprendidas

Hola. Hoy es mi último día de vacaciones y la verdad es que me duele bastante que lo sea. Me ha gustado muchísimo esta ciudad y todas las cosas que tiene para ofrecerme. Claro, la verdad es que ha sido muy cómoda porque está "vacía" a causa de la semana santa y eso la ha hecho más placentera para mí. Sin embargo, creo que tiene muchas de las cosas que me enamoran de una ciudad: Muchas de verdad, más de las que ya sabía cuando decidí venir para acá, a pesar de lo mucho que se incrementó el presupuesto del viaje en el último año.

Aparte (como dicen acá), cuando yo viajo, no sólo me gusta visitar los sitios típicamente turísticos y comportarme con un típico turista. Me gusta, vivir un poco (dentro de lo que puedo, puesto que jamás será igual) como un habitante de la ciudad. Esto es, comer corrientazos, viajar en el transporte público, entrar a las bibliotecas, bancos, oficinas, habitar los parques, si es posible jugarme un partidito de fútbol con los locales, en fin, ustedes me entienden. Pues bien, teniendo esto como punto de partida, les cuento que hoy estuve visitando a unas amigas que viven en la ciudad y una de ellas, me contó sobre la tesis de su maestría. Algo bellísimo, fenómeno. Es acerca de unas personas que se han encargado de recuperar el patrimonio cultural de su ciudad sin ninguna clase de pago, tan sólo por la satisfacción de saber que lograron defender aquello que es suyo. Esa, es la simple lección aprendida:

Para dar un sólo ejemplo de los que me contó mi amiga, está el caso de un arquitecto que decidió emprender él solo la lucha porque en su barrio no se construyeran edificios, puesto que éstos atentaban contra el diseño de todas las edificaciones del barrio, que tenían, no sé cuántos años de estar ahí construidos, generando un patrimonio histórico invaluable. Con sus conocimientos, creó un mapa de la ciudad mostrando las zonas que deberían estar protegidas por la ley encargada y desarrolló toda una propuesta que fue llevada como proyecto de ley para redistribuir las zonas protegidas por la ley. Él solo. Insisto en esto, pues muchas veces somos derrotistas para defender nuestras causas cuando no encontramos un respaldo. Creemos que solos no podemos hacer nada. Y por el otro lado, no tomamos posiciones antes nuestra ciudad para defender aquello que consideramos nuestro. Es más, muchas veces no lo consideramos nuestro. Sino de otro. Del político? Del rico? No sé, de otro? Por qué no nuestro? No lo sé, pero acá si lo consideran de ellos. Y cómo lo hacen saber a todo aquel que se les cruza!!

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