jueves, 6 de noviembre de 2008

Rock al Museo (o algo así)

Hoy el jueves del Aleph les trae a ustedes un ejercicio parecido al de la semana pasada. Parecido en el sentido en que es un trabajo literario de la autoría del que escribe esta columna. Pero en esta ocasión hablará sobre Rock al Parque, y todo lo que implicó el viaje hasta la capital para disfrutarlo. Por supuesto este es solo un punto de vista de uno de los miles de asistentes. Si tu fuiste uno, sería genial "escuchar" de tu punto de vista como se vivió este evento.


Rock al Museo

El viaje arrancó con una estrella que hacía unos infructuosos esfuerzos por ver el vehículo donde nos movíamos, ya que las nubes tapaban toda visión. A mi lado, Macaco, el conductor del vehículo, un hombre de tez morena, mirada, pulso y discurso seguro, dominaba su automóvil como si de un corcel de años se tratare, mientras nos dirigíamos a la salida sur de la ciudad. No eran aun las 4 de la mañana cuando la pequeña Beatrice salía de su campestre hogar y se acomodaba en la parte trasera del carro, y al son de las preguntas sobre la parte de la ciudad que trascurríamos (al parecer tenia la fortuna de no conocer la Av. Ciudad de Cali) llegamos hasta la salida norte de la ciudad, donde Andrea terminó de llenar el cupo, y por fin salimos hacia la capital, donde música, frio, agua, amistades y amores nos esperaban.

Selecta música nos acompañó todo el camino, diferentes cafés, muy malos la mayoría, eran los consumidos en cada parada, y así, entre risas, cantos, sueños y distracciones llegamos hasta la metrópoli que por tantos días habíamos añorado. La ciudad estaba fría en forma y en fondo, aunque antes había sido aun más fría, por lo que no se sentía tanto. Cada uno emprendió su camino, cada uno buscó al ser que le prometió hospedaje, y así nos recibió Bogotá, con el cielo nublado, pero los bazos abiertos.

Tras un sábado donde todos decidimos independientemente no ir a escuchar la parte más fuerte del concierto, descansamos en nuestras casas amigas hasta que la noche nos regaló sus dones, y con ella el reencuentro. Primero, un reencuentro con aquellos buses articulados en los que llevaba meses sin montar. Luego, el reencuentro con amigos y desconocidos, pero en especial, con un españolete barbuchas que se le alegró tanto como yo al vernos. Una Pizza del Huerto nos acompañó mientras compartíamos con otros seres de mirada viajera, y de una forma temprana terminó la noche, con un descanso prometido y necesario.

Por mucho que pregoné que este viaje era para visitar un parque, no concibo arrimar a la capital sin permitir que sus centros culturales se muestren a mí, por lo que el domingo en la mañana fuimos rodeados por historia, mítica y tradicional, plasmada o energética, todo lo que el grandioso Museo Nacional nos podía brindar. Allí, las dos pequeñas mujeres (Beatrice y Andrea) y los dos pesados hombres (Mauro Z y Jaime.. el anfitrión) recorrieron a sus anchas, llenándose de sueños en su imaginario, capturando imágenes digitales y mentales, y recordando de dónde venimos y por qué somos quienes somos. Tras regalos, refrigerio, alimentación, y traslados, el parque nos rodeaba, con su fría y húmeda bienvenida, pero con los sonidos que llenaban los oídos y las almas. Minuto a minuto las notas musicales calentaban nuestros corazones, mientras el agua intentaba infructuosamente de enfriar nuestro entusiasmo… y así, mojados y contentos, se terminó la jornada en El Chango, con muchos brincos, muchas risas, mucho alcohol y amistad por doquier.

El lunes empezó con intentos infructuosos de arte, con el museo del oro cerrado, un cine en 3D cerrado, pero sin arruinar los ánimos, y tras unos sutiles postres, Maloka nos acogió mostrando en sus entrañas la infantil muestra de tecnología, que alegra el espíritu de los más grandes soñadores. La confusión en la mente de algunos mortales les hizo creer en tres ocasiones que yo era un instructor de aquel maravilloso lugar, y en tres ocasiones, tras explicar que no lo era, dicté una cátedra gratuita y resumida de la pregunta en cuestión, dejando satisfecho el alma del curioso y contento mi corazón. Tras esto el parque nos acogió de nuevo, con más agua, más fría, pero con más música, más caliente. Una adquisición de indumentaria del momento, y los brincos acompañaron nuestra euforia hasta la última canción del último grupo del último día, en realidad Sargento García hizo méritos para ser el grupo de cierre.

Un madrugado pero lento martes nos guió hasta un, ahora abierto, museo del oro, que nos sorprendió con la destreza demostrada en sus artículos. Se podía leer la historia en cada una de las piezas, donde cada artículo se sienta en tu regazo y te cuenta al oído su historia y la del increíble ser que lo creó, donde el oro impregnado de energía te calibra, te equilibra y te potencializa con la energía que solo tus ancestros te pueden otorgar.

Después de esto solo restó el regreso, un regreso más frio que la propia capital, pero con un arribo seguro al cobijo de nuestro hogar.

Mauro Z


Espero leer sus propias experiencias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MauroZ, muy nutrido tu periplo por la tierrita y bastante buena la crónica del mismo. Alistate para una muy buena noticia a tu regreso........

Javier

kxi dijo...

Si Mauro te envidio mucho, así no hayas ido a muchas presentaciones (según lo que leí). Pero lo que quiero resaltar es que desde que escribí el artículo de Cómo publicar un comentario? los amables anónimos están comenzando a firmar.