jueves, 29 de mayo de 2008

Como era Costumbre

Hoy, en los últimos minutos del Jueves del Aleph, les traigo por segunda (tercera) vez uno de los cuentos de mi autoría. En este caso se trata de “Como era Costumbre”, que para mi desgracia, fue vilmente inspirado en una canción de Pimpinela. Aun así es un cuento que me gusta muchísimo, y a pesar que para mi el final es completamente transparente, se que otras personas le han encontrado otras interpretaciones, y realmente me encantaría leerlas aquí a manera de comentarios, así que sin pensarlo demasiado los invito a que digan lo primero que se les ocurrió… y yo sin dar mas vueltas los dejo, con las letras que también hace varios años escribí (y esta vez tampoco edité)… que se lo disfruten.

Como era Costumbre

Cuando el reloj marca las 11:55 de la mañana, el hombre empieza su rutina, sin prestar atención a la importancia de lo que estuviera haciendo; acomoda cada papel en la bandeja correspondiente, guarda los esferos en el escritorio y su pluma en el bolsillo, presiona el botón que le ordena a su computador entrar en estado de hibernación; y así, en el momento en que el reloj esta marcando el medio día él se está parando de su asiento, y cuando sus compañeros apenas se preparan para salir, él ya está descendiendo en el ascensor, baja al sótano, busca rápidamente su Fiat 2 puertas un poco destartalado, y mientras sale del edificio escucha la única emisora que su radio esta en capacidad de sintonizar.

Pasados varios semáforos de distancia ingresa a un parqueadero donde informalmente tiene un puesto reservado, en la misma cuadra donde se encuentra el restaurante en el que religiosamente lleva más de un año almorzando. Como había venido sucediendo, el camarero se le acerca, él, sin pensarlo, pide el plato del día, y cuando su alimento aun no ha llegado a la mesa la alcanza a ver, es ella, cruzando la esquina, tan hermosa como pensó que era cuando la conoció, pero esta vez iba sonriente, cogida de gancho de un joven alto y atlético, como era costumbre desde la primera vez que la vio sentado ahí, en esa misma silla y a esa misma hora. En ese momento tensó sus músculos, la adrenalina empezó a correr por su cuerpo, tomo la decisión de pararse y en su mente empezó a construir frases, todas las posibles cosas que le diría, frases que se quería convencer que estaba inventando pero que en realidad llevaba meses repitiéndolas en su cabeza, hasta que vio que al terminar la cuadra ella cruzó de nuevo y el quedó ahí, con un inmenso deseo de decirle todo lo que sentía por ella, todo el amor que le quería profesar solo quedó en su pensamiento, pero esta vez, diferente a los muchos días de los muchos meses que llevaba observándola desde la clandestinidad, sacó su pluma del bolsillo y en una hoja en blanco que le consiguió un camarero escribió la mas espléndida carta de amor.

La tarde pasó sin novedad y en la noche, al momento de llegar a su casa, se topa con su esposa, él la saluda distraídamente y sin emoción, ya que su mente está en el restaurante. Se sienta en la sala simulando ver la televisión o leyendo un periódico y su esposa empieza con lo que también se ha convertido en una rutina, un monólogo de lo distante que está, del poco cariño que él le expresa, le pregunta repetidamente que si la esta engañando con otra mujer y él niega pesada y tristemente con la cabeza, lo cual no la convence, por supuesto, y continúa su alegato por largos minutos en los que él solo puede pensar en esa agradable y hermosa sonrisa que observó al medio día.

Llegado el momento de acostarse cada uno toma un lado independiente de la cama, su esposa al ver su rostro le pregunta que si le sucede algo y él por n-sima vez contesta que nada, se voltea simulando dormir, como a través de los meses había aprendido a hacer para esperar hasta estar seguro que su compañera de lecho estuviera completamente dormida, y aunque usualmente aprovechara ese momento para llorar en silencio hasta que el agotamiento lograra dormirlo, esta vez esperó mas de lo acostumbrado, hasta que consideró que era el instante adecuado, se paró sigilosamente de su cama, silenciosamente guardó en una maleta de mano la poca ropa que constituían sus pertenencias, la llevó hasta la puerta de salida y un momento antes de partir, regresó a su dormitorio, con unas pocas lágrimas en sus ojos, besó suavemente y con cuidado los labios de su mujer para no despertarla y dejó al lado de su almohada la carta destinada a ese amor insano e infiel que ya no era capaz de soportar.

Mauro Z

5 comentarios:

Sama dijo...

La mujer del restaurante es la hija del hombre, quien va acompañada de su esposo, cuya imagen juvenil y lozana resulta tan atractiva para ella como para la esposa del hombre, quien disfruta de sus favores de cama con igual o más placer que la hijastra que aún no conoce.

Sama dijo...

La mujer del restaurante es la hija del hombre, quien va acompañada de su esposo, cuya imagen juvenil y lozana resulta tan atractiva para ella como para su padre, asiduo visitante del taller de mecánica donde aquel sujeto se encarga de satisfacer clandestinamente los daños no fortuitos de su máquina y su corazón.

Abrumado por la ironía, el hombre abandona a su amada con un beso y una carta, mientras recuerda el aroma a tomates y especias hirviendo que salía de su cocina esa tarde, cuando las violetas del vestido de su hija, tal como la rosa de sus labios, se amalgamaron por un breve y eterno instante contra la voluptuosa humanidad de su mujer.

Mauro Z dijo...

Jaime... ¿¿¿aaahhhh???

Sama dijo...

¿Cómo así que "aahhh"? ¿No era pues Jueves del Aleph y sus múltiples interpretaciones? ¡Pues ahí tenés!

Mauro Z dijo...

Si claro, no es para que se frustren, recuerda que yo ya estoy sezgado por lo que ya se que escribí, pero eso no significa que las otras interpretaciones no sean válidas.

Lo único es que no tengo ni idea de donde sacaste una hija ^_^