sábado, 17 de mayo de 2008

"Quien ignora el detalle, ignora la realidad" Hans Kehrl

Creo que hace rato no divago. Y es que la situación no da para otra cosa: Hay demasiadas cosas trascendentales en qué pensar. Bueno, pero tal vez precisamente por eso es que hay que divagar. Siempre han habido demasiadas cosas trascendentales en qué pensar, y divagando las he sobrellevado. ¿Ahora me las voy a dar de existencialista puro? Pues no. Pensaba hoy hablarles sobre un tema urbano, pero mejor les cuento algo que me pasó ayer.

Salí ayer en la mañana rumbo al trabajo y no tenía nada en la nevera para desayunar. Cosas que pasan. En fin, decidí que mientras esperaba el bus podría comerme una arepa que vende una señora cerca a la casa. O me la podía comer en el bus. O me la podía comer en el trabajo. Eso dependía de si el hambre le ganaba o no al remordimiento que me genera el no darme tiempo para comer en calma, por evitar perder el tiempo (que ya saben es un recurso valioso para mí).

Siempre he pensado que el tiempo es muy importante, y por eso hacer varias cosas a la vez (bien hechas) es una habilidad que reconozco. También, por eso, no me gusta mucho dormir (creo que pierdo el tiempo consciente). Sin embargo, cuando vi en Londres a la gente comiendo mientras caminaba cosas que ni alimentan, volviendo sus colon, literalmente una mierda, pensé que no era justo que por el afán de ganarme unos segundos sacrificara uno de mis más grandes placeres: Comer. Y comer bien, y de buena forma.

Decidí, entonces, pedir la arepa para llevar. Por cierto, para quienes no sean de Colombia, y no conozcan este delicioso alimento hecho de maíz, y que permite una variedad casi ilimitada de presentaciones, una arepa es maíz cocido, triturado y amasado en forma circular para después ser asado en una parrilla y deleitado con acompañantes, solo o como acompañante. Esta mañana, yo pedí una arepa rellena con jamón y queso y mantequilla, que la señora vende en mil pesos colombianos.

Ya casi llegamos a la parte importante. Mientras la señora abría la arepa para meter en ella el jamón y el queso y la ponía a calentar de nuevo, un muchacho se acercó a ella y miró las arepas. El joven tenía una gorra que ocultaba su pelo en la parte frontal, pero que dejaba asomar en la parte trasera unas mechas que en Cali, en algunas sectores de la sociedad, degenerando el lenguaje, llaman gatas (y no tengo idea del porqué). Usaba una camiseta verda, tenía un bigote virgen (también conocido como boso o bozo? nunca supe cómo se escribía de lulo). Usaba tenis blancos, sin medias y un pantalón que le daba a la mitad de las pantorrillas. Descaderado, claro está. Mirándolo, pensé que se parecía un poco a uno de los asaltantes que nos robó hace quince días, pero que su ropa era un poco más fina, él era más joven y tenía menos cicatrices en su cuerpo (lo que se veía, pues ni el asaltante ni él estaban desnudos). Me previne un poco, pues si había llamado la atención la vez pasada por usar pantalón y camisa, pues esta vez, además llevaba puesta una corbata. Siempre he pensado que en esta sociedad la misma ropa que te hace poderoso, te hace vulnerable, dependiendo de dónde te encuentres.

Decidí, prevenirme lo suficiente para estar alerta, pero no tanto como para ofender a alguien inocente. Siempre he pensado que los prejuicios no son muy buenos, aunque sean difícilmente evitables. Además, me gusta confiar en la gente (hasta cierto punto). Igual, el joven me sorprendió cuando me preguntó: "¿El mazda dos es el nuevo modelo de la mazda?" La verdad me sorprendió. Primero porque no me lo esperaba, y segundo porque ya había dejado de detallarlo para comenzar a detallar el proceso de preparación de mi arepa (no porque no sepa como se hace sino porque me gusta detallar los procesos. Tal vez se deba a mi naturaleza de ingenerio). Incluso pensé que no me hablaba a mí sino a la señora. Y dado que antes había visto como cruzaban miradas, abandoné más fácilmente mis prevenciones, pues pensé que podría ser el hijo de ella. Le contesté que si, pensando que seguramente me había preguntado porque pensaba equivocadamente que una corbata me haría conocedor de automóviles. Él también hace prejuicios, pensé. Y además equivocados, pues yo no se mucho de carros. Me aburren un poco. Estaba esperando el bus (transporte que me gusta más. Incluso de eso iba a hablar hoy). "¿Por qué alguien que espera el bus sabría de autos?". Pero bueno, le contesté. Y él preguntó de nuevo, "y... ¿cómo cuánto podría costar?". A mí esa pregunta no me gusta, en ninguna clase social. Y bien, tal vez por eso me siento incómodo en mercadeo, porque la definición de precios no es lo mío. Incluso, cuando alguien, al que he prejuzgado como lo había hecho con ese muchacho me pregunta algo como eso, lo primero que pienso es: "y este por qué cree que yo sabría eso! acaso cree que me compro dos cada fin de semana? o que mantengo cotizando?". Es una actitud, que reconozco, está a la defensiva. Una actitud que me defiende un poco del potencial resentimiento que pudiera tener alguien porque yo tenga más bienes, cuando ni siquiera fuera cierto. Es algo complicado de explicar, pero intentaré ejemplificarlo:

Yo no tengo muchos bienes materiales comparado con muchas personas que conozco, y con la mayoría de personas que estudiaron en la misma universidad que yo estudié. Sin embargo, tengo los suficientes bienes materiales para vivir cómodamente y no me trasnocha el no tener la misma cantidad de bienes materiales que tienen los que tienen más que yo. Por otra parte, me he encontrado en la vida con individuos que les atormenta no tener la misma cantidad de bienes materiales que tengo yo, creyendo que esos bienes me dan la felicidad que tengo. Sin entender que son los bienes espirituales que sobran en mi casa los que me dan esa felicidad. Y comienzan a preguntar que cuánto me costó una u otra cosa, y que cuánto dieran ellos por tenerlas. Pero no se esfuerzan en absoluto, desprecian el estudio, el trabajo duro (cosas que no hicieron mis padres). Así pues, cuando alguien comienza con esas preguntas, a mí, y sobre todo de un bien tan costoso como un carro, pues me digo a mi mismo. Qué carajo importa. Uno pregunta cuánto vale, si lo va a comprar. Después me siento algo incómodo por ese pensamiento, porque creo que la gente tiene derecho a soñar. Pero el punto es que esas preguntas me incomodan.

El caso, es que haciendo uso de la cortesía que me caracteriza, con toda la amabilidad del caso, hice el ejercicio sincero de tratar de recordar los precios que había dado un amigo en la mesa del almuerzo del trabajo, pues él estaba interesado en comprar uno, y lo estaba comparando con un Chevrolet Aveo 5, creo. "Como treinta millones", le contesté, pensando que tal vez serían cinco o seis más. Él reacción abriendo los ojos y soltando entre dientes un "uff". "Le dije que sabía porque alguien del trabajo había averiguado". Después me sentí bastante tonto, pues él no me había pedido explicaciones, y además esa no era la mejor. También podría haberlo leído en el periódico. Pues si mi motivación era hacerle entender que yo, al igual que él, tampoco tenía acceso a un carro como ese. Sí, tenía razones para sentirme tonto.

De todos modos, la señora me dio la arepa, yo le pagué, el bus pasó y yo me fui. Claro, antes me di cuenta que sí existía una relación entre el muchacho y la señora, pues ella, que no vendía huevos, tenía una cacerola con unos huevos revueltos calentándose en la parrilla, la cual le dio al muchacho para que se la comiera con el concho del chocolate que había vendido.

En el bus, decidí comerme la arepa, porque ya tenía hambre, y hasta destapé mi revista de El Malpensante que acababa de llegarme, y que hace mucho rato no leo. Pasé por el Iceberg, haciendo caso omiso de mi consciencia que me gritaba: "Tarado! Tras de que pasas montones de horas en frente de un computador al día, ahora te da por leer de nuevo en un carro en movimiento! ¿Hasta cuándo crees que podrás alardear de tu vista 20/20?". Durante todo el día me ardieron los ojos. Pero como desde que me levanté tuve mucho sueño y cansancio, atribuido a las horas de fútbol nocturno de la noche anterior, dije que era por eso, y no por el computador, o la lectura de la mañana. A pesar de la molestia en los ojos, el día fue muy provechoso. Avancé bastante en todas la tareas que tenía pendientes. Pero no acabé.

Cuando salía para la casa, recordé que iba a dejar la revista que con todo entusiasmo había comenzado a leer de nuevo. La tomé, la guardé en su funda plástica y me dispuse a marcharme. Y fue entonces cuando lo entendí todo. El firmar mis correos personales con una frase que me encontré hace cinco años no me sirvió para darme cuenta de la realidad:

"Quien ignora el detalle, ignora la realidad" Hans Kehrl
El muchacho amable y soñador, que seguramente tenía una relación con la señora que me vendió la arepa, me había preguntado por el mazda 2 porque había visto que en la parte posterior de la revista que yo tenía en mis manos había un comercial del novedoso vehículo. Ahí, no sólo me sentí torpe de nuevo. También me burlé mucho de mí mismo.

kxi

4 comentarios:

Sama dijo...

Si en este momento intentara recordar un episodio donde este refrán tuviese mayor aplicabilidad, es posible que fracasara.

No siempre somos tan afortunados de descubrir los puntos de inflexión en los que dan un giro notable los sucesos en nuestras vidas. Hay gente que vive en función de hacerlo todo el tiempo, así como hay otros que lo atribuyen siempre al azar o a su creencia espiritual particular.

Desde luego, es posible que esta anécdota no le de un giro drástico a tu vida (tampoco creo que al muchacho aquel), pero considero que tal y como se dieron las cosas, obtuviste un delicioso y pasajero "pequeño tesoro" de esos que hacen única la existencia, como encontrar una flor o una nota en un viejo libro, o coincidir con varias amistades en un solo encuentro casual.

Me has hecho sonreír en esta tarde gris. Muy bien, kxi.

Mauro Z dijo...

Pues justo ayer terminamos 5 amigos en Cafe Macondo sin que ninguno cuadrara con odontolo

kxi dijo...

El sábado en la tarde mi papá me preguntó si que si el Mazda 2 era el último carro de la Mazda y luego cuánto creía que podría costar. De entrada me tomó descuidado y no me percaté que se burlaba de mí. Nos reímos un rato.

Isaja dijo...

eos me recuerda el comentario de Mauro Z y el de mi amiga el dia de los cuenteros en macondo jajaja