sábado, 26 de abril de 2008

Cuadro vivo

Estoy cansado. Son las 5:21 pm y no quiero mover un dedo más. Estoy levantado desde las 6:00 am, y siento que ha sido en vano el día de trabajo. No es cierto. Sólo estoy cansado y quiero parar. Con algo de desespero, veo que todavía me falta mucho. Entonces giro la cabeza porque el susurro de las hojas voladoras me llama la atención. Y helo ahí: Un cuadro vivo.

El marco de la ventana delinea perfectamente un cuadro típico. Uno que yo quisiera tener en la pared de mi cuarto. Hay un Saman que impávido observa la gente. En su base circular los anturios blancos crecen asomándose a recibir a cada incauto que se quiera sentar con ellos. Toda la zona está perfectamente enmarcada por la simetría de una fría construcción naranja (por los ladrillos) que se abre en cuadros negros perfectamente alineados. Allí, en el espacio que deja el Samán mudo, que de vez en cuando llora unas hojas, hay unas sillas cubiertas con sombrillas azules y verdes. Y adornando el cuadro, pequeños, y aparentemente, inocentes humanos deambulan por el lugar. Algunos con papeles, algunos con comida.

El cuadro, lo completa un hermoso cielo gris, que grita de vez en cuando, dejando ver las gritas de dolor de un color incandescente. Y entre las hojas del Samán, caen con mayor velocidad gotas de agua que el cielo adolorido deja escurrir por entre sus ojos. Incluso, si me acerco más al cuadro de la venta siento como si el cuadro de verdad estuviera vivo, como si no fuera una pintura.

Todo parece más real cuando veo que son ya las 5:30 y las luces parpadean. Un relámpago aislado se deja venir y el amarillo intenso de las lámparas intermitentes compite con él por zurcar las gotas de agua y las hojas danzantes. Finalmente, el relámpago, es más fuerte y un corto apaga la vida de las luces artificiales. Unas cuantas réplicas del relámpago, expresan el gozo de la victoria. Giro otra vez y veo que la gente pasa a mi alrededor con cosas por hacer. Con algo de culpa y algo de vergüenza, regreso a mis labores y dejo de contemplar el cuadro. A cambio, imagino que éste es capaz de producir sonidos (como si los cuadros pudieran) y me arrullo con la música de las gotas, las hojas que vuelan, los relámpagos triunfantes, la nevera del fondo, que hace las veces de chicharra y me concentro en los números que antes lograron agotarme.

A veces hace falta ver más cuadros vivos por más de 30 minutos para llenarse de vitalidad y volver a la vida productiva.

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